1 de mayo de 2014

El empresario

Andaba de capa caída el orondo empresario, ignoraba el pobre hombre el motivo de la bajada de beneficios. Buscaba y buscaba un error de cálculo entre las cifras que le presentaba el contable pero no lo encontraba. novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve (999.999), ya podía sumar o multiplicar de abajo hacia arriba o de arriba hacia abajo que seguía sin cuadrarle la contabilidad. Había perdido su precioso millón de beneficios anuales, ya no ganaba un millón de euros al año.
Por supuesto la culpa sería de los empleados, hay uno que esta semana traía un bocadillo de jamón para almorzar en vez de la mortadela de costumbre, le vigilaría pues seguro le robaba de la caja.
Otro estrenaba pantalones, el empresario se había fijado en que ya no llevaba el parche sobre la rodilla. Realmente si se fijaba bien todos los empleados mostraban mejoras de ese tipo.
El empresario se desesperaba pensando en los beneficios perdidos y vigilaba constantemente a todo el mundo.
Su secretaria se había cambiado las gafas constató frunciendo el ceño enojado y el guardia de noche enseñaba a todo el que quisiera mirar su hermoso nuevo tatuaje.
El empresario sospechaba de todos y cada uno de ellos. Alguno de sus empleados le robaba, el hombre se lamentaba paseando de un lado a otro de su enorme despacho balanceando su enorme abdomen al compás de su creciente ira. Su rostro enrojecido reflejaba el odio más absoluto por todos ellos, malditos pobres.
-Malditos y un millón de veces malditos- refunfuñaba mientras daba órdenes de que se les bajara el sueldo a todos por pérdida de beneficios.
Firmó la orden con su pluma de oro y, al volver a colocarla en su bolsillo sus dedos rechonchos tropezaron con una moneda de euro que se colaría por descuido en los pliegues de la tela de seda de su camisa.
Sacó el euro y lo observó despacio, después miró los documentos que acababa de firmar y que el contable estaba guardando ya en su maletín y, sin ningún tipo de pudor,  se dió la vuelta saliendo de la fábrica con una sonrisa de oreja a oreja que realzaba aun más si cabe su grasienta papada.
¡Uf! Por poco se arruina.

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