13 de marzo de 2014

El Naranjo

Esperaban con impaciencia al vendedor de semillas, cómo cada lunes el hombre montaba su puesto ambulante en el mercado de la ciudad y colocaba su mercancía con gran esmero.
Primero colocaba los cuencos de porcelana de vivos colores, cuál un pequeño ejercito en perfecta formación, sobre la mesa cubierta de un mantel de seda verde y filigranas bordadas en hermosos hilos dorados. Seguidamente las etiquetas identificativas de los productos diseminadas por la mesa sin orden ni concierto,  el nombre y una foto de la planta para los curiosos aprendices de jardinero que querían saber en que se convertirían sus semillas después de sus amorosos cuidados.
A su espalda el hombre colocaba los plantones de árboles frutales, para los aburridos que necesitaban ocuparse en algo a largo plazo y así estar entretenidos más tiempo.
A su derecha las plantas para los impacientes que no podían esperar la natural evolución de las semillas y querían tener resultados visibles desde el primer día.
A la izquierda las flores exóticas, para los arriesgados que necesitaban retos en su vida, pues es sabido que son más difíciles de mantener en climas diferentes al original.
En un rincón y cubiertas por finos velos transparentes coloca las plantas aromáticas para los románticos que buscan rodearse de aromas embriagadores para ayudarse a soñar.
Andrea llegó ese día al mercado en busca de un limonero, que se acercaba el verano y quería la joven beber limonada fresca de limones recién recolectados y exprimidos, atraída por los mil aromas que embargaban todo el mercado.
Guardó su turno frente al vendedor sin hablar con nadie y, cuando le llegó su turno, pidió amablemente un árbol ya crecido pues no quería esperar.
-No- contestó el semillero con firmeza,  -no funciona así-
-Quiero un limonero adulto, por favor señor- pidió humildemente la joven. -Quiero hacer limonada en verano-
-No, así tampoco. Vuelve otro día cuando sepas cómo debes hacerlo-. El hombre la ignoro y atendió al siguiente en la cola.
Andrea se quedó anonadada, no entendía nada de nada. Había sido educada y paciente, esperó su turno con alegría y no la quisieron atender. Salió del mercado  despacio, todavía asombrada y se dijo que no volvería nunca más.
La semana siguiente la curiosidad pudo más que el enojo y Andrea volvió al mercado, oculta tras una parada de sombreros espiaba las idas y venidas de los clientes del extraño semillero. Las personas se acercaban al vendedor y le miraban fijamente a los ojos durante unos segundos, después decían una sola palabra y el hombre tomaba una planta o unas semillas y el comprador escribía algo en un papel que depositaba en uno de los cuencos vacíos.
Andrea, cada vez más extrañada, volvió sin darse cuenta a colocarse a la cola frente al puesto de plantas y cuando llegó su turno miró fijamente a los ojos del semillero y susurro con gran nerviosismo:
-No sé- sosteniendo la mirada escrutadora del hombre y, muy a su pesar, una lágrima se deslizó por su mejilla.
-Ahora sí- sentenció sonriente el semillero y envolvió con delicadeza un precioso naranjo en flor. El aroma de azahar envolvió a la joven cuando tomó el árbol de las manos del vendedor y al rozar sus dedos, ásperos de trabajar la tierra con devoción. sintió todas las carencias de su vida, un amor sincero, una familia amorosa, amigos leales, alegría, felicidad. Quiso preguntar ¿porque un naranjo? pero lo comprendió inmediatamente y no preguntó.
-Debes escribir tu nombre y numero de teléfono, dejarlo en el cuenco de naranjos y a la vez tomar uno de los nombres que esperan y si tienes algún problema con tu árbol llamas y un compañero te ayudará con su experiencia, cuando sea a ti a la que llamen debes responder y compartir.
Andrea supo que ya no estaba sola cuando salió del mercado con su pequeño árbol en flor, aspiró el olor a primavera y sintió ganas de vivir.