6 de febrero de 2014

Cacafobia



Desde niño Ramón arrastraba un trauma que le amargaba la vida. Su madre le decía constantemente que no se moviera cuando se sentaba en el inodoro o caería en el váter perdiéndose para siempre arrastrado junto a sus deposiciones hacia las cloacas nauseabundas de la ciudad. Ramón se convirtió para siempre en un cacafóbico crónico. Tanto es así que desde siempre era incapaz de sentarse a cagar como el resto del mundo. Mientras estaba en casa lo solucionó usando un precioso orinal de cerámica, seguramente de la dinastía Ming que Ramón era cacafóbico pero con muy buen gusto y si tenía que salir procuraba vaciar sus intestinos en casa. Por supuesto que Ramón, que era puntual como un reloj suizo en esto del cagar, no podía dormir nunca en casa ajena por si sobrevenía un apretón. En el trabajo Ramón defecaba sobre un periódico ya leído que utilizaba también para envolver el "regalito". Así transcurrían los años hasta que el pobre Ramón se enamoró y un día en casa de su novia sintió el temido retortijón que no hubo manera de calmar ni siquiera con unos buenos pedos disparados en el balcón con la excusa de tomar el aire. Ramón miró disimuladamente por todo el loft y ni un sólo periódico vio, que la novia era hermosa pero poco de leer, ni una revista o papel de cocina, nada. La desesperación perlaba de sudor la frente de Ramón mientras sus entrañas gemían del esfuerzo anti natural de la retención forzada de lo que va buscando la única salida que hay. Ramón miraba la blanca y aterradora taza con su gran agujero esperando el inocente trasero de su víctima y aterrorizado el hombre se sentó. Seguramente no me crean ustedes pero en cuanto sus posaderas tocaron la fría porcelana, inmediatamente y sin previo aviso, el inodoro a Ramón se lo tragó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario