17 de febrero de 2014

Un hombre viejo


El hombre se sentó en el mismo banco de siempre, sacó un pedazo de pan duro y se lo comió despacio, saboreando el mendrugo que olía a moho, a vejez, a pobreza y se arrebujó con el raído y sucio abrigo que aún conservaba y que un día hace muchos años fue nuevo.
El hombre no le dio a las palomas que lo rodeaban alborotando con sus gorjeos ni una miga de pan, ni una mirada les dio, sus ojos cansados de ver la vida ya no querían mirar.
  
 El hombre no pensaba en su miseria ni en el hambre o el frío, no pensaba en los hijos que no tuvo ni en las mujeres que no conoció, ya hace tiempo que había dejado de querer pensar.                                                      

El hombre no oyó el viento ni el romper del mar contra la roca, tampoco oyó  el griterío de niños que buscan conchas, de madres que buscan a sus niños porque eligió no oír el sonido de la vida y nunca lo oyó.

El hombre no derramó lágrimas de soledad, de desesperanza, de tiempo perdido, de dolor de estar pero nunca ser, de última canción o de muerte porque en toda su existencia no quiso querer llorar.

El hombre deja su banco y se marcha renqueante, sin volver la vista atrás, sin nadie que lo espere ni nadie a quien esperar, porque nunca quiso querer amar.
El hombre quiso ser lluvia pero la lluvia invernal no quiso que el hombre fuera parte de su tempestad, entonces quiso ser viento para volar sin cesar pero el viento cuando es brisa no se deja engatusar, quiso ser el hombre todo y solo fue soledad.
El hombre ya se ha marchado, yo...me quedo un rato a llorar.

1 comentario:

  1. Es triste, porque realmente existe gente así. Trasmite desolación y frío.

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