27 de febrero de 2014

El escritor




El escritor se sienta cada noche y aporrea las teclas creando una sinfonía de nombres, adjetivos y verbos entrelazados con la suavidad de los artículos, adverbios y pronombres. El hombre es sólo la herramienta que el libro necesita para componerse a sí mismo, una letra, otra letra y otra y así sucesivamente se edifican las palabras que unas con otras forman los más bellos edificios: los libros.
Los libros empiezan cuando un sueño o pensamiento atraviesa el corazón de un escritor obligandole a imaginar la historia y en su mente cobran forma los paisajes y personajes que se entrecruzan sabiamente para crear una emoción en el sistema límbico del lector en el que dejara una huella perenne en forma de memoria. Y el libro cobra vida cuando alguien lo lee y no cuando se le escribe pues un escritor está siempre al servicio de su historia y no al revés.
El escritor escribe y escribe sin sentir el dolor de sus dedos entumecidos de golpear las teclas con nombres de letras minúsculas, mayúsculas, comas y puntos que interpretan sólo para él la sinfonía creadora de sueños y esperanzas, de miedos y de amores porque el escritor no lo sabe pero todo le fue susurrado desde el principio de los tiempos, todos los sentimientos y las razones, todos los pensamientos e historias que pertenecen a los hombres , los verdaderos actores de la vida.
Se repiten siempre las mismas emociones desde el principio del hombre, las mismas historias, pero los hombres cambian por su naturaleza mortal pero los sentimientos perduran, el amor, el odio, la ira, los celos son siempre los mismos pues la brevedad del hombre no les permite evolucionar y adaptarse o cambiar.
El escritor dota a sus personajes del libre albedrío pero conjuga hábilmente las letras de su destino porque él controla la historia y sólo él conoce el final.
El escritor teclea la palabra FIN y cesa el repiqueteo incesante del teclado pero no firma el libro porque sabe que ya no le pertenece, ahora el libro se pertenece a si mismo y al lector para el que fue escrito.
El escritor intenta descansar pero un pensamiento minúsculo atraviesa el espacio de su mente e imagina un paisaje y un rostro, coloca un folio en su vieja maquina y todo vuelve a empezar, así ha sido siempre desde el inicio del tiempo.



17 de febrero de 2014

Un hombre viejo


El hombre se sentó en el mismo banco de siempre, sacó un pedazo de pan duro y se lo comió despacio, saboreando el mendrugo que olía a moho, a vejez, a pobreza y se arrebujó con el raído y sucio abrigo que aún conservaba y que un día hace muchos años fue nuevo.
El hombre no le dio a las palomas que lo rodeaban alborotando con sus gorjeos ni una miga de pan, ni una mirada les dio, sus ojos cansados de ver la vida ya no querían mirar.
  
 El hombre no pensaba en su miseria ni en el hambre o el frío, no pensaba en los hijos que no tuvo ni en las mujeres que no conoció, ya hace tiempo que había dejado de querer pensar.                                                      

El hombre no oyó el viento ni el romper del mar contra la roca, tampoco oyó  el griterío de niños que buscan conchas, de madres que buscan a sus niños porque eligió no oír el sonido de la vida y nunca lo oyó.

El hombre no derramó lágrimas de soledad, de desesperanza, de tiempo perdido, de dolor de estar pero nunca ser, de última canción o de muerte porque en toda su existencia no quiso querer llorar.

El hombre deja su banco y se marcha renqueante, sin volver la vista atrás, sin nadie que lo espere ni nadie a quien esperar, porque nunca quiso querer amar.
El hombre quiso ser lluvia pero la lluvia invernal no quiso que el hombre fuera parte de su tempestad, entonces quiso ser viento para volar sin cesar pero el viento cuando es brisa no se deja engatusar, quiso ser el hombre todo y solo fue soledad.
El hombre ya se ha marchado, yo...me quedo un rato a llorar.

6 de febrero de 2014

Cacafobia



Desde niño Ramón arrastraba un trauma que le amargaba la vida. Su madre le decía constantemente que no se moviera cuando se sentaba en el inodoro o caería en el váter perdiéndose para siempre arrastrado junto a sus deposiciones hacia las cloacas nauseabundas de la ciudad. Ramón se convirtió para siempre en un cacafóbico crónico. Tanto es así que desde siempre era incapaz de sentarse a cagar como el resto del mundo. Mientras estaba en casa lo solucionó usando un precioso orinal de cerámica, seguramente de la dinastía Ming que Ramón era cacafóbico pero con muy buen gusto y si tenía que salir procuraba vaciar sus intestinos en casa. Por supuesto que Ramón, que era puntual como un reloj suizo en esto del cagar, no podía dormir nunca en casa ajena por si sobrevenía un apretón. En el trabajo Ramón defecaba sobre un periódico ya leído que utilizaba también para envolver el "regalito". Así transcurrían los años hasta que el pobre Ramón se enamoró y un día en casa de su novia sintió el temido retortijón que no hubo manera de calmar ni siquiera con unos buenos pedos disparados en el balcón con la excusa de tomar el aire. Ramón miró disimuladamente por todo el loft y ni un sólo periódico vio, que la novia era hermosa pero poco de leer, ni una revista o papel de cocina, nada. La desesperación perlaba de sudor la frente de Ramón mientras sus entrañas gemían del esfuerzo anti natural de la retención forzada de lo que va buscando la única salida que hay. Ramón miraba la blanca y aterradora taza con su gran agujero esperando el inocente trasero de su víctima y aterrorizado el hombre se sentó. Seguramente no me crean ustedes pero en cuanto sus posaderas tocaron la fría porcelana, inmediatamente y sin previo aviso, el inodoro a Ramón se lo tragó.