23 de enero de 2014

El Capullo



La vida había sido injusta con él.

En su solitario y abandonado lecho de muerte pensó en los hijos que no le quisieron, en la esposa que lo despreció sin valorar jamás su amor, sus besos ni sus abrazos. Pensó en los amigos que no lo admiraron y en los vecinos que no reconocieron su superioridad.

La vida había sido muy injusta.

Nadie admitió jamás que sus logros y posesiones eran mejor que los del resto del mundo, que su viejo coche era de mayor calidad que el flamante coche nuevo de fulanito y su casita mejor que el chalet de menganito.

La vida había sido tan injusta con él.

No vieron que siempre tenía razón, que sus ideas eran las únicas válidas ni que su ideología era la autentica. Nadie compartía sus aficiones.

La vida había sido demasiado injusta con él.

No comprendieron su enojo, su desilusión, su razón ni siquiera sus hijos cuando los echó de casa para poder vivir más cómodamente y en paz, ni sus amigos cuando los despreciaba abiertamente si no reconocían que él y sus cosas eran mejores. No comprendieron que quisiera vivir rodeado solo de quienes lo adulaban y hacían feliz.
Hoy, en su último suspiro recordó a sus hijos, esposa y a sus antiguos amigos y pensó: no merecían la pena, no me supieron querer y hoy muero sólo porque la vida ha sido muy injusta conmigo.

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